- Charlotte Hanson...-
- Charlotte Hanson, ¡menuda mujer! - Respondió Gregory Brooks con la
mirada posada en el infinito.- Esa mujer hacía perder la mirada a cualquiera,
aunque saliese a bailar con cualquier otra señorita del brazo.
Harold Johnston asintió y una pícara sonrisa visible a millas de
distancia asomaba en su rosto cubierto ya por las arrugas propias de una alta edad.
– Era preciosa.
Charlotte Hanson pasó su infancia en Minnesota, pero tras la Gran
Guerra pasó a llamarse Charlotte Riley, se estableció en una pequeña casa de
las de nueva construcción.
-¿Recuerdas su ropa Gregory, recuerdas aquellos vestidos tan
atrevidos, dos dedos por encima de la rodilla? Mi preferido era aquel rojo a
lunares blancos, se ataba con un lazo tras el cuello y botones en la espalda, siempre
lo combinaba con aquella pamela y pintalabios carmín.- Harold terminó
el whisky de su copa y encendió otro puro.
Las piernas de Hanson eran de infarto – prosiguió.
Harold siempre se refería a Charlotte como la señorita Hanson y no como Riley,
tal vez por su profundo amor que, a pesar de tantos años seguía sintiendo,
aunque también es posible que fuese por el malestar que le causaba el apellido
Riley debido a los enfrentamientos y peleas que pasó en su niñez con Evens
Riley (marido de Charlotte) con quién se crió.
Los Riley y los Johnson compartían hace muchos años amistad, ya
que poseían de forma conjunta una pequeña fábrica de zapatos apodada “American Shoes”
desde sus comienzos.
-¡Y no sólo sus piernas!, los ojos de esa mujer, siempre vivaces,
con aquel tono roble, su sonrisa era dulce y soñadora, con aquellos dientes
aperlados que se podían observan tan sólo mientras cortaba los rosales ya
florecidos, su media melena, ondulada, con un lazo color bronce siempre perfectamente
atado.
Sí, era una digna mujer, y una digna esposa, me preguntó que fue
de ella tras partir nosotros en ayuda de los europeos, ¿Qué fue de ella tras ir
su marido a la Segunda Gran Guerra?
- Lo que nos pasó a todos- Respondió Gregory. Envejeció, y esa
vejez se llevo su belleza y felicidad, posiblemente su marido nunca volviere,
posiblemente le diera muerte el enemigo en cualquier húmedo y frío búnker de Bastogne, jamás
volvió para poder besarla de nuevo.
Es muy probable- Respondió Harold con tristeza mientras recogía
su bastón del suelo y se levantaba lentamente de la silla de metal en la que estaba postrado-
Nuestro tiempo terminó señor Brooks, al igual que el de Charlotte Hanson.
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