sábado, 3 de noviembre de 2012

Desayuname

Nos despertamos pronto, serían las seis de la mañana y no habíamos dormido en toda la noche entre tanto amor y desnudez, yo la tocaba el pelo suavemente, acariciaba su rostro iluminado por la tenue luz de la lámpara de noche, la habitación parecía más grande. Por la ventana entraba la dulce brisa matutina que ondeaba las translucidas cortinas representando fielmente el vaivén de las olas.

Miraba el techo, y en el acto la miraba a ella, con sonreíamos a cada mirada, a cada parpadeo, a cada beso.
Yo tocaba su curvas ella las mías, parecía que formábamos las dos caras de un espejo, en el que una hacía y la otra repetía, prácticamente al mismo tiempo. En ese momento pensé que estábamos hechas la una para la otra, así, sin más, formábamos la pareja perfecta.

El sol despertaba rodeado por nuestros besos y en ese mismo instante, ella dijo la que fue la primera frase desde hacía más de dos horas:
- Sabes que haría cualquier cosa por ti, ¿verdad, princesa?
- ¿Me prepararías un cacao para desayunar?




domingo, 11 de marzo de 2012

capicúa


Porque, muñeca, no hay nadie como tú.

Me llevó veinte años olvidarte y tan sólo una noche recordarte. ¿Cómo olvidarte a ti, cariño? ¿Cómo olvidar tus bailes exóticos sobre la mesa del comedor  a la luz de la luna?

Mas veinte años dan para mucho, princesa, había olvidado tus hermosos ojos plateados y aquel lunar en la nalga derecha. 

Habría olvidado incluso tu nombre si no fuese por aquella canción “Little miss Hannah” de un grupo del que jamás aprendí el nombre y que odié con todas mis fuerzas.
Durante esa noche que volvimos a encontrarnos de nuevo tras las sábanas de mi cama recordé las bromas que hacíamos con tu nombre, capicúa, ¿recuerdas?

¿Cómo olvidarte, nena? A ti y a tu forma de insultarme hasta llegar al extremo de la depresión más aguda.  
Pero eso a ti te gustaba, esa sensación de dependencia que sentía hacia tu persona, sexual o por amor, eso daba igual. Sólo te importaba lo poderosa que eso te hacía al tener la vida de un pobre desgraciado como yo en tus manos, como un esclavo.

Y sin embargo, no puedo dejar de acariciar tu pelo mientras duermes plácidamente en la cama del hombre al que arruinaste la vida hace nada más y nada menos que veinte años.

lunes, 5 de marzo de 2012

Apolo 11


Día 21 del mes de Julio, 1969

Dennis descansaba plácidamente en la cama tras una de esas interminables noches que dejan huella, su brazo derecho colgaba de la cama y las sábanas sólo le tapan la mitad del cuerpo. Tan sólo se percibía el ruido de la televisión con alentadores mensajes  de Richard Nixon hacía la nación americana donde alardeaba de la supuesta superioridad frente a la Unión Soviética en la carrera espacial.

La voz de Niel Armstrong resonó en todas las habitaciones del la casa y Dennis la reconoció de inmediato, levantó curiosamente la cabeza de la almohada para no perder detalle de las palabras del capitán del Apolo 11.A Dennis no le interesaba una mierda Nixon, ni su mensaje, ni los soviéticos, es más, todo este rollo de la carrera espacial no le parecía nada más que una de esas absurdas patrañas políticas para hacer publicidad a nuestro “gran” presiente de los Estados Unidos de América.

<<Es un pequeño paso para el hombre pero un gran paso para la humanidad>>

Estas palabras quedaron grabadas en la mente Dennis como marcado a hierro y fuego, cual tatuaje, como una huella intachable de un suceso importante en su historia. Lo que Dennis no sabía es que más tarde esta frase sería inmortalizada junto a Niel Armstrong.

Desde una muy corta edad Dennis deseaba ir al espacio, ver lugares que la gente de a pié jamás observarían si no es a través de un telescopio. Dennis deseaba ser astronauta, ver hermosas nebulosas, explorar nuevos planetas.
Dennis Turner era un renegado poco orgulloso de su trabajo y su familia. Su poca pensión no le permitía salir de casa de sus padres y su hermano, gran empresario, le dejaba en muy mal lugar.

Descendió de la cama, los pies le pesaban toneladas. Se recolocó el cabello, algo rizado y largo, arrastró los pies hasta el salón donde la televisión mostraba las imágenes del Apolo 11 y toda su tripulación en la luna, el saludo a la bandera y esos increíbles trajes espaciales que Dennis deseaba más que nada en el mundo.

Olía a pavo relleno, la comida estaba casi prepara, eran ya más de las dos de la tarde y Dennis aún estaba desperezándose y con la cabeza a punto de explotar, los ojos entreabiertos y el torso desnudo.

Olivia Turner, madre de Dennis, vestía sus mejores galas y eso sólo podía significar una cosa, comida familiar, Dennis regresó reculando a su habitación, que aún estaba a oscuras, se vistió con lo primero que encontró en el armario para recibir a la buenorra de su  prima Sarah. Dennis no pretendía nada con ella, no olvidaba que era de su sangre, pero aún así, la chica no estaba mal y a Dennis (por muy mal que se sintiese luego) le gustaba mirarle un par de veces el escote cuando nadie podía verle. Sarah K. Turner era la típica chica de ciudad, algo tontita, pero guapa a rabiar. 

Dennis salió de su cuarto a punto para recibir a sus familiares (y a Sarah, por supuesto) no se había peinado y su cabeza era una mezcla entre pajar descuidado y nido de pájaro abandonado, pero su excelente físico nunca pasaba desapercibido, debido a su ilusión por alcanzar la meta y convertirse en astronauta, Dennis hacía mucho deporte y esto a las muchachas le encantaba.

“Algo bueno tiene que haber al menos” Pensaba.
Durante la comida Dennis pasó olímpicamente del pavo,de su madre, de las estúpidas anécdotas de su tío que había repetido más de mil veces y de las tetas de Sarah Turner.

Dennis centró su atención en la luna, el universo y nada más

martes, 28 de febrero de 2012

Hollywood descubrió su deseo


Molly observaba detenidamente cada suceso en la sala, absorta en el actor principal, en su interpretación, sus gestos.
Peter Adams, así se llamaba, sus pupilas se dilataban al escuchar las indicaciones del director, como si de un acto reflejo se tratase. Las palabras fluían de su boca como bajo efecto de la improvisación aunque se ceñía perfectamente al guión.
Para Peter Adams no era una actuación, era una forma de vida.

Las malas lenguas hablaban de Peter Adams como un lunático, consagrado al mundo del cine, amante  de Hollywood, trastornado por conseguir la mejor actuación. En los últimos tres años había estado casado con siete mujeres, de las cuales, una de ellas actriz de gran sobrenombre y fama mundial, la joven y hermosa Elisse Evans.

Elisse, aquella que hace años sacudió la gran pantalla, ahora no era más que una mísera drogadicta, enflaquecida por la depresión, sus ojos encarnecidos y llenos de ojeras no descansaban nunca, estaba todavía bajo los efectos de Peter Adams, quien terminó por destruirla.
Nunca recuperó su belleza, ni sus ganas de actuar.

 “Elisse nunca fue una estrella” añadió Peter en sus declaraciones ante miles de cámaras en su entrevista en  el año 2002.

El gran Adams retomó el guión, mojó la punta del dedo corazón y pasó las hojas, una a una, esperando encontrar algún defecto en su personaje, todos en la sala seguían sus pasos con la mirada mientras caminaba de derecha a izquierda. 

- Para ser un gran actor, un gran intérprete no hay que hacer nada, tan sólo aprender un guión, llorar cuando hay que llorar, reír cuando hay que reír, pero señores, para ser un artista, hay que vivir, vivir la obra, vivir el romance y las condenas, para ser artista hay que desprenderse de aquello que llamamos personalidad. Todos los grandes artistas, “actores” como les denominan ustedes, están muertos, podridos por dentro, destruidos, tan deseosos de contacto humano que sean capaces de adquirir cualquier vida ficticia para volver a respirar de nuevo.- Los ausentes quedaron atónitos ante estas palabras. Algunos incluso miraron a su alrededor buscando algún esbozo en el rostro de su director.

Peter Adams dirigió su mirada a Molly y añadió sus últimas palabras, palabras que ninguno de los allí presentes olvidarían jamás: - Elisse Evans es mejor actriz ahora de lo que nunca hubiese podido llegado a ser.

viernes, 24 de febrero de 2012

Labios color carmín de Minnesota (1923)


- Charlotte Hanson...-

- Charlotte Hanson, ¡menuda mujer! - Respondió Gregory Brooks con la mirada posada en el infinito.- Esa mujer hacía perder la mirada a cualquiera, aunque saliese a bailar con cualquier otra señorita del brazo.

Harold Johnston asintió y una pícara sonrisa visible a millas de distancia asomaba en su rosto cubierto ya por las arrugas propias de una alta edad. – Era preciosa.

Charlotte Hanson pasó su infancia en Minnesota, pero tras la Gran Guerra pasó a llamarse Charlotte Riley, se estableció en una pequeña casa de las de nueva construcción.

-¿Recuerdas su ropa Gregory, recuerdas aquellos vestidos tan atrevidos, dos dedos por encima de la rodilla? Mi preferido era aquel rojo a lunares blancos, se ataba con un lazo tras el cuello y botones en la espalda, siempre lo combinaba con aquella pamela y pintalabios carmín.- Harold terminó el whisky de su copa y encendió otro puro.

Las piernas de Hanson eran de infarto – prosiguió.

Harold siempre se refería a Charlotte como la señorita Hanson y no como Riley, tal vez por su profundo amor que, a pesar de tantos años seguía sintiendo, aunque también es posible que fuese por el malestar que le causaba el apellido Riley debido a los enfrentamientos y peleas que pasó en su niñez con Evens Riley (marido de Charlotte) con quién se crió.
 Los Riley y los Johnson compartían hace muchos años amistad, ya que poseían de forma conjunta una pequeña fábrica de zapatos apodada “American Shoes” desde sus comienzos.

-¡Y no sólo sus piernas!, los ojos de esa mujer, siempre vivaces, con aquel tono roble, su sonrisa era dulce y soñadora, con aquellos dientes aperlados que se podían observan tan sólo mientras cortaba los rosales ya florecidos, su media melena, ondulada, con un lazo color bronce siempre perfectamente atado.
Sí, era una digna mujer, y una digna esposa, me preguntó que fue de ella tras partir nosotros en ayuda de los europeos, ¿Qué fue de ella tras ir su marido a la Segunda Gran Guerra?

- Lo que nos pasó a todos- Respondió Gregory. Envejeció, y esa vejez se llevo su belleza y felicidad, posiblemente su marido nunca volviere, posiblemente le diera muerte el enemigo en cualquier húmedo y frío búnker de Bastogne, jamás volvió para poder besarla de nuevo.

Es muy probable- Respondió Harold con tristeza mientras recogía su bastón del suelo y se levantaba lentamente de la silla de metal en la que estaba postrado- Nuestro tiempo terminó señor Brooks, al igual que el de Charlotte Hanson.