miércoles, 11 de septiembre de 2013

Enséñame tus dientes, Caperucita.

Desde un punto de vista bilógico siempre me pareció imposible que el cazador se convirtiese en la presa, que una gran loba se transformase en una simple perra  adiestrada y al servicio de su amo.

Una chucha sumisa, así soy yo ahora. – Una cánida sin collar ni dueño - Me repito para mis adentros.
Si cierro los ojos puedo ver su imagen; la de una loba flaca, sus costillas se marcan por debajo de su pelaje, jadeante, buscando algo que pueda satisfacer su apetito sin éxito, rasca su espalda con los dientes hasta que la sangre aparece en la piel, sus uñas largas y descuidadas que se enganchan en las ramas que pisa. Olfatea sin cesar, aúlla al infinito en busca de otro de su misma especie. Se tambalea deshidratada, hambrienta, herida…

No importa mi nombre, ni mi fecha de nacimiento, ni siquiera en qué trabajo o donde vivo, cual es mi ciudad natal ni el coche que conduzco, aunque…si realmente el lector desea saberlo, es un Mercedes.

Durante toda mi vida me he considerado una cazadora; en los negocios, en las apuestas, e incluso me considero una manipuladora. Todos hacen y siempre han hecho lo que yo deseaba que hiciesen. Soy una buena mentirosa, paciente y observadora.

Pero…hay algo que se me escapó, un pequeño parásito que me devora por dentro a cada segundo de mi ahora patética vida. Un demonio interno que me impide dormir y comer. A ese demonio, a ese parásito lo llamo amor.


El amor fue el que me convirtió en la presa, quien me hizo pasar de ser el hambriento lobo a la inocente Caperucita. 

De nada sirvió mi frialdad contra su encanto, de nada sirvió el “solo es sexo” , pues a cada día que transcurría más feliz me sentía, más me costaba esconder la sonrisa…y más cerca estaba de ser engullida.



Un día, sin más desapareció con un “lo siento” y de mi no quedaron ni los huesos.

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